Josefina Cruz Cortez, una mujer de 88 años originaria de Jalapa del Valle, ha dedicado su vida entera cultivando la tierra. Desde su más temprana edad, el campo ha sido su hogar y su sustento. La vida no ha sido fácil para Josefina. Siendo madre de tres hijos, sufrió la pérdida de uno de ellos a los 40 años, seguida por el fallecimiento de su esposo. Estos golpes del destino la dejaron a cargo de siete nietas, para quienes trabajó incansablemente con el fin de proporcionarles educación.
Josefina recuerda su niñez con nostalgia. En aquellos tiempos, la asistencia a la escuela no era obligatoria, lo que le permitía pasar sus días en el campo. Allí sembraba maíz, tomate, miltomate, chiles, ejotes y frijol, utilizando abono proveniente de burros, chivos, vacas y gallinas.
Con cariño, recuerda cómo su padre se dedicaba a la producción de carbón. Ella, junto a su madre y hermanos, preparaba tortillas y redes de carbón para ayudar en el negocio familiar.
Al día siguiente, vendían su producción en el mercado, lo que les permitía comprar pan, dulces y comida, llenando de alegría a Josefina y sus hermanos. Hoy en día, debido a su avanzada edad, Josefina ha reducido su actividad agrícola y pasó solo a cultivar algunas hortalizas. Sin embargo, esto no ha disminuido su pasión por dicha actividad. Disfruta asistiendo a la escuela de campo, describiéndola como un espacio para “divertirse y aprender”. Gracias al apoyo del programa Desarrollo Integral en los Valles Centrales de Oaxaca, en colaboración con Bienestar para la producción, ella aún puede sembrar flores como el cempasúchil y girasol, además de calabacitas.
Cabe resaltar que; Josefina es propietaria de un pequeño terreno en un paraje llamado “El Capulín”. En sus años más activos, solía ir allí por semanas en compañía de dos de sus nietas y su fiel burrito para sembrar maíz. Llevaba consigo tortillas que acompañaba con huevo o salsa, disfrutando plenamente de su trabajo en el campo. 

Además de la agricultura, también se dedicó a la compra y venta de; limas, hojas de aguacate, chayotes y naranjas. Para Josefina, “El Capulín” es un lugar especial. Allí se siente feliz y tranquila, disfrutando del canto de los pájaros y los recuerdos que el lugar evoca dentro de ella, lejos del ruido de los coches y de la gente, incluso el frío que siente a su edad, le resulta agradable. Recuerda que en ese terreno la siembra se empezaba desde abril hasta el 15 de mayo, pues después de esa fecha el maíz no prosperaba. A pesar de que animales como venados, conejos y zorros consumen parte de su cosecha, Josefina no se enoja, reconociendo que “los animalitos están en su casa”, y tienen el derecho de buscar sus propios alimentos.

 Josefina tiene un mensaje importante para los jóvenes: trabajar la tierra es hermoso y gratificante. Ella cree firmemente que, teniendo maíz y frijoles, se puede vivir una vida tranquila y plena. Esta filosofía la ha transmitido a sus nietos, uno de los cuales ha decidido seguir sus pasos en la agricultura. Aquel niño, le ha prometido que nunca olvidará sus enseñanzas, asegurando así que el legado de Josefina perdurará más allá de su tiempo.